domingo, abril 22

Y NOS SEGUIMOS INUNDANDO

En las últimas semanas, muchas de nuestras ciudades sufrieron graves inundaciones. A quienes administran esas ciudades, les suele resultar más fácil hablar de "catástrofes naturales", para eludir su responsabilidad en la construcción de esas catástrofes. No está de más repetir, una y otra vez, que las catástrofes naturales no existen. El desastre es la expresión social de un fenómeno natural.

Por Antonio Elio Brailovsky

Han sido décadas de irresponsabilidad las que llevaron a crear las condiciones para que cientos de miles de personas habitaran en terrenos inadecuados para vivienda. Esta situación está agravándose rápidamente porque el cambio climático hace que cada vez llueva más en las zonas húmedas. Para peor, la mayor parte de nuestros decisores políticos no tiene la menor idea de las profundas implicancias de este fenómeno sobre nuestra vida cotidiana, y no les interesa conocerlas.

Como siempre, para entender algo necesitamos saber su historia.

Con el correr de los años, las ciudades fueron creciendo y, en muchos casos, lo hicieron sobre sus valles de inundación. En definitiva, eran zonas próximas, fáciles de ocupar y aún vacías. A veces eran tierras públicas que podían ser ocupadas gratuitamente por migrantes que se hacían una casa precaria, con los materiales que encontraban a mano. Otras, eran tierras baratas que fueron loteadas por empresas inescrupulosas, toleradas por el poder público. En ocasiones, los propios gobiernos construyeron barrios de viviendas populares sobre tierras baratas, sujetas a crecidas.

La urbanización de áreas inundables incluye historias de muy fuerte corrupción política y administrativa, ya que alguien tuvo que permitir el loteo de terrenos inadecuados para el uso urbano.

Son, entonces, dos fenómenos paralelos que confluyen para asentar población en áreas inundables. Por una parte, los valles de inundación de los arroyos son la ubicación previsible de las villas miseria, las favelas, callampas o cantegriles de todo el continente. Simplemente, sus habitantes no tienen el acceso económico a tierras mejores. Pueden ser los amplios valles de inundación de los arroyos del Gran Buenos Aires, que a veces tienen una pendiente tan escasa que se requiere un ojo entrenado para detectar sus límites. O las zonas próximas al río Mapocho, en Santiago de Chile, o las profundas correderas que llevan al Guayre, en Caracas.

A partir de 1930, el proceso industrial acelera la urbanización vertiginosa y obliga a utilizar todos los espacios disponibles. Esto hace cada vez más fuerte la presión social y económica para ocupar los terrenos bajos. Buenos Aires debe crecer, sin que importe cómo ni dónde lo haga.

Una vez ocupadas las áreas inundables, se comienzan a pensar obras para tratar de paliar las consecuencias de esa ocupación. Es decir, que primero se hace el negocio inmobiliario con tierras inadecuadas y después se hace el negocio de la obra pública que tal vez logre corregir un problema que nunca debió haber existido.

A nosotros nos resultan importantes estos datos como reflejo de una sociedad que necesita ocupar todas las tierras posibles y que necesita creer en su capacidad ilimitada para dominar los fenómenos naturales.

Por eso, después de cada obra de atenuación de crecidas se anuncia que se ha logrado "la solución definitiva".

Pero lo sugestivo es que no son sólo los pobres los que se inundan.

El descenso de las ciudades hacia los valles de inundación de ríos y arroyos es una parte muy importante de su proceso de expansión y no fue tenida en cuenta en todas sus implicancias. Basta con ver en los diarios de este período las fotos de las inundaciones urbanas o ver también las fotografías de inundaciones actuales, que afectan viviendas construidas en este período. En algunos casos, se trata, previsiblemente, de viviendas autoconstruidas por pobladores marginales.Pero con mucha frecuencia nos encontramos con obras hechas por profesionales de la arquitectura y el urbanismo emplazadas en áreas inundables. Lo que nos lleva a pensar en términos de un cierto estilo de formación profesional que desestima todo lo que no puede incorporarse al tablero de dibujo. Precisamente, el ambiente (o, en este caso, los ritmos de la naturaleza) es aquello que cae fuera del tablero, pero debería caer adentro del proyecto.

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