lunes, abril 23

CUANDO LA BRONCA NO SECA

Rossana, de barrio San Lorenzo -ubicado al oeste de la ciudad de Santa Fe- en la siesta del 28 de marzo de 2007 expresó: “Estamos más o menos, entró mucha agua adentro y se mojaron las zapatillas de los chicos; hasta el ropero se mojó. Por ahora estamos en mi casa”. El 29 de marzo, escapando, llegó a un Centro de Evacuados ubicado muy lejos de su barrio, “en la otra punta de la ciudad”, más cerca del río Paraná que del río Salado, más cerca del este que del oeste, pero siempre rodeada de agua. Una vez más sintió el desarraigo, una especie de exilio irreparable…inentendible, algo a lo que no puede ponerle palabras, aunque sabe que son muchos los responsables.

Por Mariana Rabaini

Después de transitar de Centro en Centro: de estación de ferrocarril a escuelas, de predios oficiales a clubes, de iglesias a galpones (que estaban desbordados por personas que buscaban -como ella- un lugar en medio de tanto desorden, un techo en medio de tanta desorganización), un colectivo urbano -que no se sabe cómo los levantó- los depositó allá lejos, muy lejos…encomendándolos una vez más al olvido.


Allí estuvieron hasta el 4 de abril, como despojos… al principio solo con la ropa que tenían puesta -que estaba empapada-, durmiendo en el piso sobre bolsas que habían usado como pilotos improvisados para refugiarse del diluvio; comiendo a las 3 de la mañana y tomando un desayuno precario a las 12 del mediodía. Después contaron con algunas cosas más -donadas por la gente-, pero soportando una convivencia colectiva y conflictiva con muchos desconocidos: sin intimidad, sin identidad, con una tristeza inconmensurable, con preocupación y demasiada incertidumbre.
Ese mismo 4 de abril Rossana y su marido -que se había quedado en el techo de la casa para controlar cuánto bajaba el agua (tomando su cuerpo como medida incontrastable para controlar el descenso), decidieron retornar a su vivienda con chicos y bolas a cuesta, porque el sol de esa tarde a todos los santafesinos les dio un respiro, una señal de augurio, una alegría.

Pero a las 18 una nueva lluvia torrencial de 2 horas opaco y ensució tanto trabajo, apagó toda la fuerza que se había vivido.

Cuando a Rossana le preguntaron porqué había vuelto a su barrio, a pesar de que sabía que no era conveniente porque la basura, el desborde de los pozos negros y los animales muertos eran los protagonistas del escenario y posibilitaban el contagio de enfermedades, ella dijo solamente (y después de un suspiro): “porque quería estar en mi casa, por ahora estamos bien… porque estamos en mi casa”.

Todas son historias, tan representativas como preocupantes. Todos tenemos a alguien bajo agua, todos conocemos a algún afectado, todos queremos hacer algo porque todos estamos afectados de formas diferentes. Todos sentimos una indignación enorme y terrible por lo que nos pasó tanto en el 2003 como en el 2007: con el agua que entró por donde nunca tendría que haber entrado y con la que no puede ni tiene por donde salir y se va pudriendo adentro de la ciudad. Pero más indignados estamos con los responsables.

A su vez, la primera premisa de la semana fue “la vuelta a la normalidad” que pretendieron imponer en Santa Fe. Mientras muchísimas escuelas estaban inundadas, otras conteniendo a los evacuados, mientras miles y miles de niños estaban con sus casas bajo agua al igual que cientos de docentes santafesinos, desde el Ministerio de Educación de la Provincia se exigió que las escuelas comenzaran las clases, que los guardapolvos volvieran a las aulas como si nada, como un “sálvese quien pueda”: el que puede llegar que llegue y el que no, de todas maneras ya está condenado, una vez más por la injusticia y el olvido.

En la calle, “la normalidad” también fue visible, el transitar parecía el de una cotidianeidad conocida, como si “nada hubiera pasado”: bancos, autos, la vuelta al trabajo, la “cordialidad” de todos los días. Otra vez el “sálvese quien pueda”. Mientras tanto los centros de evacuados no tienen comida ni elementos de limpieza y en ellos, los punteros políticos expulsan (en algunos casos armados) a los ciudadanos voluntarios que sin tener ninguna vinculación político-partidaria trabajaron días y noches, se hicieron cargo de lo que le correspondía a otro. A esos voluntarios los echaron para que no vean, para que no conozcan qué hacen con las donaciones y lo que tiene que llegarle a los inundados. Los echaron porque esos voluntarios -muchos de ellos estudiantes y profesionales- “saben hacer las cosas bien”.

Mientras “la normalidad” del centro ocurría en los boliches que ardían, con los cafés a pleno -tanto el fin de semana como los días “laborables” y los feriados en los que varios aprovecharon para “tomar un descanso”-, los nuevamente inundados de los márgenes, que no son solo el oeste, sino también del norte, del sur y del este de Santa Fe también, volvieron a limpiar sus viviendas porque el agua estaba bajando y un sol con alivio sugería el cambio de tiempo; hasta que a las 18 una lluvia torrencial opacó, mojó y volvió a pintar las calles con imágenes tan conocidas, con la tristeza y la bronca que desde hace 4 años caracteriza a Santa Fe.

Esa “vuelta a la normalidad” y ese “sálvense quien pueda” no son más que mensajes incorrectos de lo que está pasando en las calles y en la vida santafesina, no son más que mensajes que distorsionan la realidad. Con el mandato de “volver a la normalidad” se está presionando a los afectados, desalojándolos en muchísimos casos de los centros de evacuados, desmintiendo que hay mucha gente viviendo en los techos de su casa para resguardar sus pertenencias y que otros tantos están autoevacuados valiéndose de sus pocos e inclusos nulos recursos.

La distorsión de la realidad se da cuando el mandato oficial plantea que hay que resolver en plena emergencia situaciones generadas por la negligencia, irresponsabilidad y desidia del gobierno; lo que profundiza la fractura del tejido social y enfrenta al pueblo entre sí, por ejemplo cuando se criminaliza a los vecinos que cortan la calle, vecinos que optan por esa modalidad porque es la única posibilidad que tienen para que se escuchen sus reclamos, porque sienten que así pueden -aunque sea una vez- dejar de ser “invisibles”.

Y si el Estado no somos todos… (?)

El jueves Santo a la tarde, el gobernador de la Provincia de Santa Fe, Jorge Obeid, de manera extraordinaria, les exigió a los Senadores y Diputados que se reunieran en la legislatura para aprobar un proyecto de ley. Una ley que no es más que la concesión de un “cheque en blanco” y el otorgamiento de “absolutas facultades” para que el Poder Ejecutivo decida obras y acciones para los inundados sin explicitar qué obras ni cuándo. La sospecha y la preocupación más grande es la de revivir algo que ya pasó en Santa Fe y es que el dinero que estaba destinado a los barrios inundados fue a parar a la obra de “la prestigiosa Avenida Alem”, que justamente es uno de los ingresos a la ciudad y lugares más transitados de la ciudad.

Es necesario aclarar que los discursos de gran parte de la oposición fueron más que precisos y contundentes sobre el tema, aunque las manos inertes que se levantaron como por acto reflejo para aprobar la ley fueron las del PJ, que son la mayoría, ya que estaban apurados más que otras veces porque simultáneamente se realizaba el cierre de listas para las elecciones 2007.
Pero además “esa ley resulta absolutamente anticonstitucional porque viola las garantías básicas del derecho propiedad de los habitantes de Santa Fe (artículo 17 de la Constitución Nacional).

Pretende introducir las confiscaciones que hace más de 160 años eran prohibidas en la Argentina. Se dice que quedan sujetos a expropiaciones todos los inmuebles de 12 departamentos de la provincia. (…) ese artículo afectaría la nulidad insalvable a la ley y habilitaría una industria del juicio cuyos costos estarían a cargo de la ciudadanía”, según se argumentó en un documento del Comité de Solidaridad y Justicia (que integran numerosas instituciones, organizaciones sociales y ciudadanos independientes) que fue ingresado a la Legislatura como un examen crítico al Proyecto de Ley sobre Facultades Extraordinarias.
Por lo tanto, los santafesinos sentimos que estamos viviendo en una especie de reino o en tiempos de emperadores, donde una persona tiene el derecho de decidir sobre las tierras y las necesidades de todos. Muchas veces, estos días, se escuchó hablar de la ausencia del Estado, pero sería interesante pensar si lo cierto no es que el Estado realmente no faltó sino que estuvo más que presente con una política muy clara de desprotección, de no contención y de abandono.
Según lo que aprendimos, la teoría política depende del Estado y la práctica de los Gobiernos. En Santa Fe, hace casi 25 años que el gobierno es del mismo signo político y en Semana Santa 2007 quedó demostrado –una vez más- en las Cámaras de Diputados y Senadores. Pero también es necesario replantearnos la premisa que dice que “el Estado somos todos” porque es una mentira más en medio de tanto caos que estamos viviendo ya que la mayor parte de la población está marginada de sus derechos, vive bajo la línea de pobreza y convive con la imprevisión y la desinformación, convive con la desesperación de no saber “cuándo se va a inundar” y cuándo no, convive con la realidad de no ser Estado.
El miércoles 5 de abril se confirmó la primera muerte por inmersión ocurrida durante la inundación de 2007 en el barrio San Lorenzo de la ciudad de Santa Fe, el que falleció ahogado fue un hombre de unos cincuenta años llamado Jorge Carnevale (mientras tanto, responsables de la Municipalidad argumentaban que “el Plan de Contingencia” no había fallado porque no tenían que lamentarse pérdidas de vidas). Horas después en Neuquén, durante la represión en una protesta de maestros -ordenada por el gobernador de esa provincia, Jorge Sobisch-, murió el docente Carlos Fuentealba quien recibió un disparo de una granada de gas lacrimógeno mientras se manifestaba con sus colegas. Esto, lo que evidencia una vez más es qué tipos de gobiernos tenemos, gobiernos que matan, gobiernos que coartan, gobiernos llenos de impunidad, gobernantes que nos están haciendo muy mal.
Pasaron casi cuatro años de la inundación del 2003 en Santa Fe. Exactamente se cumplían 47 meses del ingreso del Salado, 47 meses de aquel tremendo 29 de abril cuando la ciudad de Santa Fe, otras tantas localidades y muchos campos se inundaron otra vez, pero ahora en marzo de 2007. Y la herida se sigue abriendo, la retraumatización es la muestra más clara de ese “nos pasó dos veces lo mismo”. Tristeza, miedos y desolación, secuelas en la salud y síntomas claros tanto en lo físico como en lo mental son la evidencia más preocupante en este pedacito de Argentina.

En los barrios inundados se escuchan muchas cosas. Ana dice que “lo peor es ver como tu vida se va con el agua”; Pedro, desde una vía observa su casa y expresa “mira los camalotes que hay, vivimos en el río”; Blanca piensa que el agua “no se va a llevar a otro de sus hijos como le pasó en el 2003”; Juana siente que tuvo que salir tan rápido de su vivienda que ni siquiera pudo llevarse el cepillo de dientes; y Luis con mucha ironía colgó un cartel enorme en la puerta de la Municipalidad (según él parafraseando a varios pensadores y politólogos locales) que dice: “Viva Semana Santa en Santa Fe, pero no recorra las 7 iglesias, esta vez recorra los 7 centros de evacuados más populares. Viva el turismo litoraleño en Santa Fe, contrate ya su servicio de turismo aventura por los barrios santafesinos inundados que incluye botas, piloto, paraguas y ríos y ríos de indignación”.

Mariana Rabaini - Comunicadora Social - rabaini@arnet.com.ar
Publicado en el último número de la revista Telaraña de la ciudad de Paraná.

0 comentarios: