miércoles, noviembre 7

OTRO ALSOGARAY

Álvaro Alsogaray ha tenido múltiples facetas. El abuelo del “capitán invierno” también. Fue periodista en Santa Fe, denunció atentados y casi fue muerto por Sinforiano Bergara, alias “Café”. En nuestra ciudad, por poco, no se cambia la historia del país.

Corría 1876 y la provincia toda se debatía en terribles internas políticas. A veces, se dirimían en los diarios. Otras veces, a punta de bayoneta, o a través de otros métodos.

En julio de ese año, aparece en Santa Fe una hoja, un boletín extraordinario del diario El Pueblo.

Su título era más que sugestivo: “¡Conato de asesinato! Los miserables cobardes comprando la mano de los asesinos! Para satisfacer sus ruines venganzas!

El editor del periódico lo hacía imprimir en Paraná; había ido a retirarlo, y cuando bajaba del vapor “Karry” con el paquete “me siento de improviso arrojar al agua, impelido por Sinforiano Bergara (a) Café a quien hasta entonces no había notado me persiguiese; caí en la profundidad de más de cuatro cuartas de agua, me levanté con esfuerzo para no soltar el paquete y llegaba a la orilla cuando se me pasó por delante el asesino Sinforiano Bergara (a) Café empuñando una daga (con puño de plata) e intimándome que dejase el paquete”.

Era todo obra, según el periodista, de los enemigos de El Pueblo, es decir, del gobernador Servando Bayo y sus secuaces. A pesar de todo, el hombre logró salvar los ejemplares y los pudo repartir.

Pero estaba envalentonado: “Advierto que en vano será hacerme desistir de mi propósito por tales medios. ¡Alerta el pueblo con los asesinos, y la Justicia!”, decía el periodista que tenía un nombre que ya había hecho y seguiría haciendo historia.

Créase o no, el periodista perseguido por el poder, se llamaba Álvaro Alsogaray y fue el abuelo de quien nos aconsejó pasar el invierno.

Detrás de las declamaciones

Pero detrás de las declamaciones, había otras cosas. No podía ser de otro modo, tratándose de Álvaro Alsogaray.

En El Pueblo, el periodista le dirige una carta abierta al gobernador Servando Bayo. Le reclamaba que no hubiera cumplido con una de sus principales promesas: “gobernaré con los hombres honrados de la provincia”, había dicho.

El periodista le preguntaba, desde las páginas de su diario:

¿puede verse más inmoral desconocimiento del respeto que se debe al pueblo soberano en el sólo hecho de haberle engañado tan vilmente? ¿Cuáles son los merecimientos de los hombres con que Ud. gobierna? ¿Cuáles son los bienes procurados al pueblo por algunos cuantos individuos acostumbrados a vivir de los presupuestos? ¿Dónde está esa popularidad que le mienten por amor al sueldo o protección de que gozan? Busque, señor, busque donde quiera, en el pueblo, exhausto de recursos, en el comercio desacreditado y sin acción; busque la benéfica influencia de su gobierno con los hombres que le rodean; ¿existe acaso la seguridad individual y del domicilio privado? ¿existe la legalidad en la administración de Justicia?

La serie de reclamos del periodista al gobernador es extensa y hasta valiente, si tenemos en cuenta que pocos días antes había sufrido un atentado.

Pero lo que más le reprocha a Bayo fue su manera de proceder con el Banco de Londres y Río de La Plata. Era el único banco que operaba en la provincia y estaba autorizado a emitir moneda. Hasta que creó el Banco Provincial y en una historia que en otra oportunidad comentaremos, Bayo quitó la personería al Banco de Londres en Rosario, ordenó que se cerraran sus puertas y hasta encarceló a su representante.

Y el periodista, como gran parte de la prensa porteña, estaba realmente indignado con la situación. Esto, decía, había provocado en los santafesinos en desprecio y desafecto hacia el gobernador Bayo.

Una opinión más, sólo que el nombre del periodista, puede hacer comprender más cabalmente su preocupación y su fervorosa defensa del Banco de Londres.

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