domingo, noviembre 4

EL REPARTO DEL PODER

Cuando los radicales eran radicales en el sentido más pleno de la palabra, produjeron varias revoluciones. Santa Fe fue escenario de dos de ellas en 1893. La prensa del poder reflejó con horror la entrada a la ciudad de las tropas revolucionarias. Más horror aún, provocó la multitud de radicales que aparecieron debajo de las alfombras y cómo fue que se repartieron los cargos en el gobierno revolucionario.

Un tal Heródoto publicó, después del frustrado gobierno radical de los 21 días una serie de notas en el diario Nueva Época, el más rancio representante del poder santafesino del siglo XIX.

Todavía en 1899, ante el avance de la Unión Cívica Radical, el periódico sacaba de sus archivos aquellos artículos para demostrar cuánto de despreciable tenían los representantes del partido de Alem.

Según Heródoto, en 1893 no había muchos radicales en Santa Fe. El núcleo estaba en Rosario, pero aquí eran muy pocos. Por eso la sorpresa que el escritor describe que tenía uno de ellos, precisamente el presidente del comité de la UCR, el Dr. Basabilbaso.

Dice Heródoto que estaba indignado “de la cantidad de radicales que había nacido a raíz del triunfo de la revolución”.

“-¡Pero señor! Esto es una farsa. Si aquí en Santa Fe no habían más radicales que yo, Cello, dos más y el tambor!”

“Tenía razón el venerable anciano –aquí los radicales surgieron como moscas cuando vieron el turrón del presupuesto a su disposición”, aseguraba.

“Y como prueba de lo pocos que son, hemos visto las huestes revolucionarias que aquí entraron. Salvo los alemanes y suizos, y los triunfadores del Rosario que los acompañaban, no venían ni doscientos santafesinos”.

El análisis continúa, hablando de la complicidad del ministro Aristóbulo del Valle en los alzamientos. “He ahí, pues, como renació el radicalismo, debido pura y simplemente a las ambiciones de un politiquero encaramado de repente a ministro de la guerra que pretendía, merced a la anarquía, levantarse con el santo y la limosna, con el ejército y las masas turbulentas del radicalismo porteño: un tiro a Roca y otro a Alem”.

Había más.

Heródoto se mostraba sorprendido y asqueado por el modo en que se repartieron los cargos los revolucionarios. Es notable el modo en que muestra su desprecio, cuando innumerables fuentes muestran que las cosas no habían sido diferentes en los anteriores gobiernos, a los que Nueva Época había apoyado.

Decía Heródoto que la junta revolucionaria comenzó a repartirse los primeros puestos de la administración, y transcribe un diálogo que se habría dado entre los revoltosos:

-Ché, tu sé gobernador.

-A mí dame el ministerio de hacienda, siempre me han gustado los pesos y Carrasco ha dejado mucha plata.

-¡Qué farra vamos a armar!

-El ministerio de gobierno lo tomo yo.

-No, yo.

-Dejate de j… hermano, a mí me corresponde.

-¿Y por qué a vos más que a mí?

-Por qué es necesario que haya algún santafesino en el gobierno, todos ustedes son rosarinos.

-Los rosarinos somos los únicos que tenemos derecho de gobernar la provincia, Santa Fe no es más que una toldería.

Claro, como sucede también hoy, con medias verdades o mentiras lisas y llanas, se intentaba exacerbar el siempre latente conflicto entre las dos ciudades, para fortalecer la posición sustentada por el diario y predisponer a los capitalinos contra la ciudad del sur.

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