jueves, julio 19

EL TREN BALA Y EL ALMA ARGENTINA

Impresionante lo de Santa Fe. Logró por decisión presidencial que en Tren de Alta Velocidad se desvíe de su recorrido original y pase por esta ciudad. Acerca de nuestros dirigentes, de algunos de nosotros y de aquella increíble capacidad de vivir entregado “no a una realidad, sino a una imagen”, trata esta nota.

“Cobra” se llamará el Tren de Alta Velocidad que primigeniamente realizaría el recorrido Buenos Aires-Rosario-Córdoba y que ahora incluirá a la ciudad de Santa Fe según lo anunció el extasiado candidato a gobernador por el Frente para la Victoria, el diputado porteño Rafael Bielsa.

Empecemos por el principio: unos pocos países en todo el mundo tienen este tipo de transporte. En todos ellos, la tarifa es subsidiada y aún así, su valor es de alrededor de € 100 para similares kilómetros.

¿Para qué necesita este país un tren bala?

Y en esta ciudad en particular ¿para qué se necesita a “Cobra”? ¿Para quién?

Es cada vez más clara la consonancia entre candidatos de la lista oficial a la gobernación y a la intendencia.

Los carteles publicitarios lucen magníficos. La ciudad, en el centro, parece resplandecer. Es una cuestión de imagen: mientras mejor nos veamos… ¿qué?

Jorge Lanata, cita en su primer “Argentinos” la patética descripción que José Ortega y Gasset realizaba sobre nuestros antepasados. Vale la pena extenderse en su visión de 1929 que podría sintetizarse diciendo que “el argentino típico no tiene más vocación que la de ser ya el que imagina ser. Vive, pues, entregado, pero no a una realidad, sino a una imagen”.

Todo aquí vive de lejanías y desde lejanías. Casi nadie está donde está, sino por delante de sí mismo, muy adelante en el horizonte de sí mismo y desde allí gobierna y ejecuta su vida de aquí, la real, presente y efectiva. La forma de existencia del argentino es lo que yo llamaría ‘el futurismo concreto de cada cual’. No es el futurismo genérico de un ideal común, de una utopía colectiva, sino que cada cual vive desde sus ilusiones como si ellas fuesen ya realidad”.

Otro pasaje citado es también revelador: “La altanería de proyectos tiene algunos inconvenientes. Cuanto más elevado sea el módulo de vida a que nos pongamos, mayor distancia habrá entre el proyecto –lo que queremos ser– y la situación real –lo que aún somos– (…) y si de puro mirar el proyecto olvidamos que aún no lo hemos cumplido, acabaremos por creernos ya en la perfección”.

Nos seducen ahora con un tren bala que no podremos tomar y que, además, no necesitamos sino apenas para decir que lo tenemos. Nos seducen con la cantidad de dinero que ingresa en eventos a los que la mayoría de los ciudadanos no puede asistir; dinero que se “queda en la ciudad”, pero en las manos de siempre, que son pocas. Nos seducen con un candidato “que habla muchos idiomas y conoce el mundo”. En algunos se escuchan expresiones de éxtasis cuando con poco, ya están irremediablemente seducidos.

El argentino vive atento, no a lo que efectivamente constituye su vida, no a lo que de hecho es su persona, sino a una figura ideal que de sí mismo posee. (…) El argentino se gusta a sí mismo, le gusta la imagen que de sí mismo tiene”, dice Ortega y Gasset en un pasaje que podría aplicarse al colectivo de la dirigencia de esta ciudad.

En este contexto hay otros cautivados, también por poco, que se devanan los sesos pensando por qué el santafesino es como es: por qué saquea un camión con soja que no le va a servir; por qué pinta los carteles de obra con leyendas como “ciudad virtual”; por qué destruye las “preciosas obras” de las plazas de Boulevard. No lo pueden entender. ¿Cómo, si la ciudad está tan linda? ¿Cómo, si es la capital de los eventos? ¿Cómo?

Hay algunos que tienen suerte: ellos seducen a la mayoría, y por eso somos argentinos.

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