HAY QUE HERMOSEAR EL BOULEVARD
Se destinarán más de cinco millones de pesos para jerarquizar aún más los bulevares, zona ampliamente favorecida por las inversiones públicas y privadas. Mientras, el oeste se aglutina en un foro para pedir una limosna en obras de saneamiento. Pero el paseo santafesino no hace más que continuar con su propia historia: los que tienen nunca ponen nada.
Boulevard Gálvez nació en 1887. Era gobernador en ese entonces… José Gálvez, que no se puso colorado cuando Emilio Schnoor, uno encargados de proyectar la obra propulsó ese nombre en homenaje a quien gobernaba la provincia.
El boulevard nació de la necesidad imperiosa de unir el este y el oeste de la ciudad. Las tierras pertenecían, al sur a Pablo Marcial Candioti, y al norte, a un exponente del patriciado santafesino, Ignacio Crespo.
En 1888 los canteros ya estaban trazados según la jardinería francesa que hacía furor en ese momento.
Y hablando de franceses, un año después el director de la Compañía Francesa de Trenes compró la actual esquina de Las Heras para construir su hogar. El boulevard comenzaba a poblarse de selectos habitantes.
El ex gobernador Luciano Leiva (1894-98) también se muda a una pomposa mansión, hoy sede de la Escuela Centenario (hoy, esquina Lavalle). Su hijo Manuel construye en los años del Centenario su imponente residencia, que hoy es la Casa de la Cultura.
Pero quien dio el mayor impulso al embellecimiento del paseo, fue justamente, el gobernador Crespo (1910-11), y el intendente Edmundo Rosas (1908-12).
Bajo la gestión “Rosas”, se proyectó una forestación, trayendo desde Europa centenares de árboles.
El 15 de marzo de 1910, bajo su empuje, se dicta la ordenanza 1032. Ayer como hoy, los que tenían, no ponían.
Aparecida, como se acostumbraba entonces, en el diario Nueva Época, la norma exoneraba de todo impuesto de edificación y del pago de cinco años de contribuciones municipales a todos los propietarios de terrenos con frente al bulevar que edificaran dejando al frente un espacio destinado a jardín no menor de seis metros medidos desde la línea de edificación al interior. Además, para continuar con los beneficios, debían construir el muro de cerco de material o de verja o en otra forma que deje los claros necesarios para que desde el exterior puedan ser vistos los jardines que se formen.
Una belleza.
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