OTRA AUDITORÍA
El primer informe de sindicatura que ordenó la Municipalidad arrojó algunas sorpresas. Mucho tiempo atrás, cada intendente dejaba a su sucesor un completísimo inventario del patrimonio. En el siglo XIX era práctica obligada por ley que cada intendente que finalizara su mandato realizara un inventario de las existencias de la municipalidad y la presentara a su sucesor. En 1873, el ejecutivo cesante dejaba para sus sucesores una campana de cristal, un candelero de latón, dos serruchos, uno de los cuales estaba en mal estado, un carro fúnebre, con su correspondiente correa, todo nuevo y en condiciones, se aclaraba, con dos juegos de cortinas, una azul y otra negra. También era propiedad municipal una silla bastante usada, una llave del cementerio de San Antonio y 39 mulas. Entre otras cosas más, la municipalidad contaba ese año con seis escaleras de pino para encender faroles, 208 faroles con sus hierros, lámparas y fibras correspondientes, 78 bancos de pinos para la plaza principal, estando 16 de ellos en mal estado. Como si fuera poco, la descripción incluía también una regla fina, dos sillas extendibles, tres mochilas de lata y siete linternas de kerosene, todas ellas en mal estado.
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