jueves, septiembre 13

LA SANTAFESINIDAD AL PALO

Cientos de horas de archivo periodístico santafesino se destruyeron. Se pierde gran parte de la “primera versión de la historia”. Pero no es una actitud nueva. Lo pasado, en Santa Fe, está pisado…

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A nadie le importa hoy, quizás, que cientos de horas de periodismo local hayan ido a parar a la basura.

A muy pocos les interesó tampoco hace 100 o 200 años. Y, a no equivocarse, tampoco le importa a muchos hoy.

Es que, ¿a quién le importa la “santafesinidad”?

Resulta que un mal burócrata decidió que las vivencias, testimonios, documentos, en fin, de varios años de vida política, social y cultural de Santa Fe eran basura. Merecían el destino de un contenedor.

Dentro de algunas décadas, a alguien le interesará saber por qué somos como somos. Y no tendrá parte de esta “primera versión de la historia”. Porque el periodismo también hace parte del trabajo del historiador. Construye el presente y al hacerlo deja huellas para interpretar el pasado, y por tanto, reinventar el futuro. No será posible en Santa Fe y su televisión durante varios años.

¿Nueva o vieja actitud?

¿A quién le importa, en realidad, la “santafesinidad”?

Me apasiono con lo que se decía y escribía hace más de un siglo; estoy segura de que nos atraviesa la misma violencia discursiva que chorreaba en las páginas de nuestras primeras décadas de santafesinos. Eso nos constituyó. Aquellas familias dominaron nuestro pasado y forjaron para mal, para bien, lo que hoy somos. Y el periodismo fue el portavoz de las disputas del poder, y en pocas ocasiones, del resto de los sectores sociales. Nada nuevo bajo el sol, pero hay que decirlo con todas las letras: No nacimos de un repollo; ni los santafesinos, ni los periodistas, lo puedo asegurar.

Hace no muchos años, cualquier curioso que quería enterarse de alguna de estas cosas corría el riesgo de que un pedazo de papel se le deshiciera en las manos. Hoy muchos diarios del siglo XIX y parte del XX están microfilmados, por suerte. Pero cientos de hojas que produjeron ciudadanos santafesinos (sí, santafesinos) no pueden consultarse: se perdieron, se quemaron, tal vez se tiraron a la basura y también fueron adquiridas a particulares por la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata. Obvio, no hay copia de ellos en Santa Fe, pese a los recursos tecnológicos disponibles hoy.

Sin embargo, una legislatura hizo el intento de salvar nuestro patrimonio documental. Se dictó la ley 5516/61; en su artículo 15º dice: “Los propietarios, editores, empresarios o agentes de los periódicos, diarios y revistas, que se publiquen, o circulen en la Provincia, harán llegar al Archivo General dos ejemplares de cada número, suplemento o separata que apareciere. La inobservancia de esta disposición constituirá ocultamiento”. No existía aún la televisión local, pero podría extenderse la aplicación de la ley. Y de todos modos, jamás se cumplió. ¿O alguien cree que existe una colección de El Litoral además de la que posee el propio diario? Recuerdo que hace un tiempo, con una inocencia total, le pregunté a una empleada de la hemeroteca sobre este artículo. Me miró horrorizada: “¿a dónde los vamos a poner?”, me respondió.

¿A quién le importa la “santafesinidad”?

No es necesario irse muy lejos.

Tengo a la vista varios recortes periodísticos del diario La Provincia, de mayo de 1998: se habían tirado a la basura, frente a la Universidad Nacional del Litoral, documentos del desaparecido Instituto de Cinematografía que fundara Fernando Birri. Antes, se había arrojado hacia el mismo lugar el archivo de la película “Tire Dié”. Y además, unas dos mil fichas de estudiantes que pasaron por sus facultades desde fines de los 60 hasta 1976. El revuelo que armó en ese momento la entonces promesa del periodismo santafesino Pablo Benito, provocaron la recuperación de los documentos, la disculpa del entonces rector Hugo Storero y su puesta en custodia en ADUL.

¿A quién le importa, en realidad, la “santafesinidad”?

Si hasta el Gen Argentino, con lo discutible que puede ser como método para buscar una identidad nacional, provoca apenas una hilarante encuesta en una “sesuda” búsqueda de la “santafesinidad” que ni siquiera se atreve a bucear profundo, en nuestras raíces, en los que nos hicieron, para bien o para mal, santafesinos. ¿Quiénes nos definen? ¿Un grupo musical o un grupo cómico? ¿Un sacerdote o un político? ¿Un boxeador asesino o un corredor de autos inundador? Claro que preguntarse quiénes nos definen o quiénes forjaron nuestra identidad no podrían ser ni Nicasio Oroño ni Simón de Iriondo, por elegir a dos contemporáneos sobre los que sería interesantísimo entablar un debate en serio. Pero sería demasiado trabajo ponerse a pensar que el primero fue mucho más que una calle que corre en diagonal, de suroeste a noreste, y que el segundo hizo más que ser otra calle que va de sur a norte. ¿A quién podría importarle cómo forjaron nuestra identidad? “La gente quiere otra cosa”, estúpida.

“No vale la pena investigar un poco para ver si la verdad de la sociedad establecida debe seguir repitiéndose; investigar es dudar y eso es para ratas de biblioteca o para tímidos espirituales pero no para gente de éxito, para triunfadores rápidos” (Osvaldo Bayer: Severino Di Giovanni, El idealista de la violencia).

Está claro, ya no es necesario buscar más. La “santafesinidad” está definida. Y está al palo.

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