miércoles, mayo 2

UN PERIODISTA EN LA CAFÚA

Allá lejos y hace tiempo, los periodistas que no podían ser comprados con publicidad… eran encarcelados. Esta historia incluye un negociado con tierras entregadas por el gobierno, dos periodistas rosarinos encarcelados por denunciarlo y un director de un diario santafesino apresado por reproducir la acusación.


Poniendo en contexto
Carlos Casado del Alisal fue un empresario español que llegó al país y se instaló en Rosario en 1857. En agosto de 1865 fundó el Banco de Rosario. A principios de la década del 80 fue autorizado por el gobierno santafesino para construir y explotar el Ferrocarril Oeste Santafesino.

La vida pública de Casado fue intensa. Fue, durante pocos días, el primer presidente del Banco Provincial de Santa Fe; su nombre está ligado a las primeras exportaciones de cereales del país y a la fundación de numerosas colonias santafesinas. No está registrado en los libros, pero como nos enseñara el gran Gastón Gori, estas entregas no estuvieron exentas de importantes negociados. Daremos cuenta de ello en otra oportunidad.

Ahora, nos detendremos en lo “colateral” de estos negociados, sin entrar hasta el hueso del mismo. Miraremos cómo se trató a quienes intentaron ponerlos al descubierto, allá en los últimos años del siglo XIX.

Gotas de tinta

Luciano Leiva gobernaba la provincia de Santa Fe en 1895. Tenía sus espadas en el diario Nueva Época. Y tenía sus febriles detractores en el diario Unión Provincial. Dirigía este último periódico Domingo Guzmán Silva, que firmaba algunos de sus artículos, con una pluma distinguida, como Gonzalo González de la Gonzalera.

Unión Provincial, en la sección Gotas de Tinta, publica el 22 de febrero de ese año un escrito para criticar las condiciones de detención de dos periodistas rosarinos. Gómez y Daufí, redactores de La Voz del Pueblo, habían osado descubrir algunos chanchullos relacionados con la entrega de tierras y sus precios a Carlos Casado. La revelación, o su simple especulación, fue suficiente para que los periodistas fueran encarcelados.

Cabe aclarar que regía en Santa Fe una ley de imprenta, sancionada en 1876. (Ver detalles)
Pues Daufí y Gómez fueron encarcelados. La primera noticia que publica Unión Provincial, tiene entonces por objeto denunciar las condiciones en que estaban presos los periodistas. “¡La libertad de que gozan aquí los periodistas! No hay sino que medirla por las consideraciones de que son objeto en la Penitenciaría del Rosario los periodistas Gómez y Daufí”. Teniendo seguramente a la vista la ley, Silva asegura que ninguno de los dos son “reos de delito”, pero que están sometidos al régimen penitenciario por la necesidad de los carceleros de “quedar bien con el gobierno”.

Inocentemente, se pregunta: “Y si resultan inculpados ¿cómo se les resarcirá de los perjuicios causados y de las penalidades sufridas? ¿Es inútil entonces que la constitución establezca que las cárceles sirvan para seguridad y no para mortificación de los detenidos?”

Silva no iba a dejar de decir lo que pensaba y convenía a un diario de neta oposición: “Si fueran situacionistas, aunque Daufí y Gómez hubieran cometido los más atroces delitos, se les atendería en calidad de presos distinguidos, pero son periodistas de oposición, han tenido la valentía de acusar a un ministro de hechos que consideran irregulares y entonces se les trata como en su hora fue tratado Silvio Pellico”.

Un día después, Domingo Silva comete un error garrafal: reproduce en las páginas de Unión Provincial las “pruebas irrefutables” del negociado entre Casado y el ministro Ortiz, copiadas del diario de los reclusos.

En la cafúa

Silva también fue preso.

Claro que su primera defensa fue decir que había declarado “editorialmente” que se reproducían los dichos de La Voz del Pueblo únicamente para que llegasen a oídos del gobierno y éste diera las explicaciones. Y que no creía en esos cargos.

La “agachada” de Silva pasó desapercibida.

El material que publica en los días subsiguientes Unión Provincial es extensísimo. Se detallan los análisis de la ley de imprenta, las gestiones del Dr. Urbano de Iriondo, abogado de Silva, y varias curiosidades, a saber: Silva fue encarcelado en vísperas del feriado largo de carnaval. Después de emitir la orden de arresto, el juez Eizaguirre desapareció de los lugares que solía frecuentar para no estar disponible cuando llegara el recurso de habeas corpus que preparaba la defensa. Otro juez se hizo cargo del caso y envió el recurso al Superior Tribunal de Justicia. Pero mientras esto sucedía, Silva fue trasladado desde la policía a la cárcel y hubo un lapso de tiempo en que nadie sabía donde estaba, excepto el juez Eizaguirre, al que nadie podía encontrar. Este juez fue multado dos veces por el Superior Tribunal de Justicia y finalmente Silva fue liberado tras una solicitud directa al Poder Ejecutivo.

Vale aclarar que todos estos detalles están extensa y deliciosamente publicados en la edición del 28 de febrero de 1895. A continuación, se copia la resolución del Superior Tribunal y finalmente, una de las mejores piezas periodísticas que encontré hurgando en los rollos del Archivo General de la Provincia.

Se trata de una serie de reflexiones que Silva, bajo el seudónimo de Gonzalo González de la Gonzalera, titula “En la Cafúa”.

Esa primera parte dice:

“El sábado pasado, algo intranquilo con la perspectiva de tres aburridores días de fiesta -¿han visto ustedes algo más soporífero que los días festivos santafesinos?- me decía: ¿qué haré de mi pobre humanidad desde el domingo de carnaval hasta el miércoles de ceniza? Tengo la vieja costumbre de visitar a mi buena madre todos los domingos. ¡La pobre viejecita! Vive en su nido, entre árboles y flores, a tres leguas de esta capital, con la humildad laboriosa de las señoras criollas de buena cepa y son para ella festivos los domingos tan solo porque recibe la visita de sus hijos ausentes. ¡Ah! Si pudiera completar su alegría oyendo la misa dominical y de precepto!

“Dispuse dedicarle su día, mas como no se trataba de uno sino de tres, hice mi
composición de lugar para lunes y martes. Ir de caza, visitar las grandes quintas de naranjos, refocilarme un poco viviendo, como quiere Zola, la vida libre de la naturaleza: el programa estaba hecho. Seguramente que no le sentaría mal a mi organismo, un tanto envejecido en la lucha por la vida, ni a mi intelecto, que vengo exprimiendo como a un limón desde el año 78 en estas caballerías de la prensa, ese par de días de asueto y libre holganza que les sacrificaba, robándoselos a mis libros favoritos.

“¡Y que no los esperaba con impaciencia! La escopeta, cómplice de mis delitos cinegéticos estaba ya como un espejo y con inusitada anticipación arreglada la canasta con las indispensables vituallas.

“Porque eso sí, aunque me esté mal decirlo, de puro precavido, voy siempre de caza llevando almuerzo en la canasta.

“Capitán, al ver cómo me movía, mirábame con sus grandes ojazos tranquilos, cual si quisiera decirme ¡vamos! ¿y qué apuros son estos a 24 horas de distancia de la partida? Es que Capitán, con ser un perro muy inteligente, mucho más que ciertas personas romas, lo garantizo, ignoraba que las carnestolendas se aproximaban y de eso sólo hay unas en el año!

“Llegaron las once y media de la mañana, la grata hora del almuerzo, y ¡uno propone y los malos hados disponen!, apareciéronse, no la criada a avisar que la mesa estaba servida, sino un Comisario de Policía, con una orden del célebre don Ignacio, para arrestarme.

“¡Adiós castillos en el aire! ¡Adiós paseos campestres y vida en plena naturaleza! Don Ignacio Eizaguirre, temiendo, seguramente que no me sentasen bien esas andanzas, de puro humanitario es que me manda a poner a la sombra, firmemente dispuesto a que pasase en el Hotel del Gallo (pelado) las carnestolendas integras.

“A mal tiempo no hay que ponerle mala cara, no puede menos que aceptar tamaña obsequiosidad, agradeciendo al bueno de don Ignacio, que es un juez íntegro, sabio, magnánimo, digno de la situación política actual, al cual erigirán estatua los leivistas, aquellas muestras del acendradísimo aprecio que me tiene.

“-Ah!- pensaba ya en la cafúa – ¡lo que es ser periodista! ¡Si esto es una ganga, y no sé yo cómo hay tonto que se dedique a otra cosa! En primer lugar no hay sino que escribir: ¿qué trabajo es ese? Además hay que pensar, leer, revisar papeles, enterarse de lo que pasó y no pasó y aún de lo que ha de pasar: ¿qué trabajo es ese? Y luego ¡andar en letras de molde en los papeles públicos! ¡Ser querido y obsequiado por todos, de gobernador abajo! Una ganga, vamos, una ganga.

“Reflexionando bien, he caído en la cuenta de que en estas exquisitas obsequiosidades de don Ignacio ha habido colaboradores. El hombre me quiere entrañablemente por ciertas cositas que se le han dicho en el diario, pero quien me profesa el más entrañable de los cariños en don Luciano Leiva. ¡Me quiere como a la niña de sus ojos! Es capaz, me parece, aunque me esté mal decirlo, de superar a don Ignacio en ese sentido. Por lo menos es un rival temible para el bondadoso, justo, humanitario y caritativo juez correccional. (…)

“Ya ven ustedes que tengo razones que me sobran para suponer que don Luciano –como le decimos cariñosamente todos los que le queremos- ha colaborado en el propósito de evitarme disgustos y contratiempos. ¡Qué no haría él por mi bienestar y mi salud!”

Sus momentos en la cárcel también fueron descriptos en forma de crónica. “De la cárcel al foco colérico”, se titula.

“Venimos de un foco colérico, en donde ha habido hasta 12 casos por día. Allí nos mandó la magnánima administración de justicia que nos ha dado a su imagen y semejanza el gobernador de la provincia don Luciano Leiva”, comienza.

El Asilo, como se llamaba al lugar de reclusión al que llevaron a Silva en aquella especie de rapto, tenía esos días “106 presos criminales, entre los cuales muchos asesinos, ladrones, estafadores, la plaga social en sus peores manifestaciones”.

Cuenta Silva:

“Llegamos a las nueve de la noche. No habíamos comido. El oficial de guardia recibió a este no reo también custodiado y lo mandó alojar en el último pabellón de la derecha que tenía solamente 35 arrestados.

“No llevábamos cama, porque no se nos dijo dónde íbamos. No llevábamos comida porque no se nos dio tiempo de recogerla. Allí, como es natural, no había nada: ni cena, ni cama, ni una mala tarima. Debíamos permanecer allí, sin embargo.

“Previamente, el Dr. Eizaguirre había dado la orden de que no hubiese presos distinguidos: como cualquier otro tenía el deber de hacer fajina: esto es lavar, limpiar letrinas de los presidiarios, conducir basuras al hombro y comer la tumba de los presidiarios. Al otro día formamos en el grupo de presidiarios: nos tocó el número 93. Y bien: el nº 93 tuvo la suerte de haber llegado después de hecha la lista para la limpieza externa. A las 9 recibió sus 1500 gramos de carne, sus dos galletitas reglamentarias y algo así como 40 gramos de arroz.

“El asilo cárcel está aislado: hay que comer lo que da el gobierno a presos debiendo decidirse entre comer a rancho esto es del inmenso puchero común (un zoquete con caldo) o hacerse por sí mismo la comida. En estas condiciones hemos pasado desde el lunes a las 9 de la noche hasta el martes 10 pm. ¡Gracias que algunos presos se compadecieron de nuestra situación y nos proporcionaron una especie de cama, encargándose gentilmente de meter en su pucherote nuestros 1500 gramos de carne!”

Unos pocos años después Unión Provincial sería un diario oficialista. Su mentor, José Bernardo Iturraspe, sería elegido gobernador de la provincia y los sueños políticos de don Domingo Guzmán Silva se harían realidad.

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