miércoles, junio 6

Sea usted periodista!

Hace 118 años, un periodista rosarino comentaba cómo era ser periodista entonces. Peripecias que a más de un siglo de distancia, continúan presentes en el oficio.

Un tal Hamlet, publica en un diario rosarino, en 1889, una deliciosa pieza periodística. Y sea usted periodista!, se titulaba. El autor de la nota, le había ofrecido trabajo a un amigo. Le ofrecía garantías y libertades, además de sueldo. El hombre le contestó: “Muchas gracias! Puedes guardarte vuestra independencia, que conozco, y respetar la mía, que no estimas en lo que vale. Ten paciencia para oírme quince minutos y dime luego si gato escaldado puede zambullirse en un tacho de aceite hirviendo, por el placer de dejar el pelo en tan molesto baño”.

Y comienza su relato:

En mala hora se me antojó meterme en este oficio de escribidor del público y para el público, buscando la holgura de espíritu e independencia de carácter, que otros quehaceres más provechosos me negaban en la sujeción del trabajo diario. Era yo un muchacho –y tan muchacho!- bueno, lleno de ilusiones, madrugador, amigo del hogar y de la tranquilidad, respetuoso con las autoridades, temeroso de Dios y de las mujeres, una perla, en una palabra, con diez y siete años, buena vista, salud de fierro, barbilampiño… Con tales condiciones, y a fuerza de leer en los editoriales de los diarios de oposición las frases hechas de: el órgano de la opinión pública, la voz del pueblo, la verdad por norma, nuestra independencia, etc., etc., y de oír hablar de la austeridad y pureza del Estado en el Estado, como modestamente se llamó la prensa, híceme la muy insensata y pueril reflexión de que no habría sayo mejor talado para mis inclinaciones quijotescas que la albinitente túnica sacerdotal del periodista, como se traduce la negra levita en el culto lenguaje de los que fueron mis colegas

Entró a trabajar a un diario republicano, dice, de la misma tendencia política que él profesaba:

Quise iniciarme de un modo brillante, digno de mí y de mis ideales de verdad y justicia; digno de la misión de la prensa y de aquel pueblo de que era ella tornavoz o eco fiel y leal, aplaudiendo en un suelto tan vigoroso como ingenuo, una medida trascendental y equitativa dictada por el gobierno en el ramo de la instrucción pública.

Ataqué, otro día, con justicia y valentía a un arzobispo y mi arranque murió nonato en el canasto de la basura.

Defendí un proyecto de obras de salubridad a todas luces convenientes; censuré la conducta de un diputado amigo que votara contra una ley progresista emanada del ministerio; escribí en pro del libre cambio; narré un hecho vergonzoso de un simple ciudadano; y mis defensas y censuras se perdían en el corto camino a recorrer de la redacción a la vía pública, sin que vieran la luz del día ni llegaran a los ojos de aquel pueblo, que como yo pensaba, y del cual vivía encargado de traducir las ideas y pensamientos.

Un día el director me llamó a su mesa y me dijo estas o parecidas palabras: -Amigo mío: Si desea Vd. continuar en la redacción, debe ceñirse a ver por nuestros ojos, pensar por nuestra cabeza y hablar por nuestra boca. Sus sueltos son inconvenientes, duros, a veces violentos y sobre todo inoportunos. Para ser periodista hay que ser maleable y dúctil como el agua. Debe Vd. penetrarse bien de la diferencia que existe entre el escenario de un teatro y el teatro de telones adentro. Su primer suelto no se publicó porque un diario de oposición no debe nunca alabar un acto gubernamental. Su artículo contra el arzobispo nos indisponía con la masa católica de nuestros suscriptores. La defensa de las obras de salubridad podía hacer creer al público que nosotros teníamos interés en ella; el diputado a quien Vd. atacaba tan duramente es nuestro corresponsal en la corte y el caballero autor del hecho por Vd. narrado disponía de cien votos en el 3r distrito electoral. En todo tenía Vd. razón de sobra: sus juicios eran justos, la verdad y la honradez los dictaban, pero Vd. ve cuán poderosos motivos pesaban para condenarlos al aniquilamiento.

Conclusión: el hombre se fue, y ya no quiso ser periodista.

Pasaron 118 años. ¿Cuál es la diferencia?

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