viernes, marzo 7

EL VOTO FEMENINO

En 1932 se discutieron en el Congreso Nacional dos leyes que finalmente no lograron pasar el filtro del Senado: los derechos políticos de la mujer y el divorcio. El diario Santa Fe encuestó a mujeres de la ciudad con distintas actividades: señoras de su casa, maestras y artistas. Desde el rechazo absoluto para dejar a la mujer en el hogar, pasando por la negativa a aceptar la dádiva por ser tal, hasta la aceptación sin reservas son las variadas opiniones de las santafesinas.

Más opiniones en Historias Colaterales

“¿Qué opina Ud. del voto femenino? Una interesante encuesta entre las damas santafesinas”, es el invariable título que encabeza durantes varios días de septiembre y octubre de 1932 los dictámenes de las mujeres en el diario Santa Fe.

Se discutían dos proyectos de envergadura en la cámara de diputados de la nación: la ley del divorcio, y el sufragio femenino. Ambos fueron aprobados en la cámara baja, y durmieron varias décadas en los despachos del senado.

La chilena, naturalizada argentina, Marta Samatan tuvo destacada actuación en la ciudad. Obtuvo su título de abogada en 1927 y un año después fundó y presidió la Asociación del Magisterio de Santa Fe. Su opinión:

Está ampliamente demostrado que no existen razones valederas para negar a la mujer el ejercicio de los derechos políticos… Pero como ya lo he afirmado en otra oportunidad, el voto femenino es sólo un medio para alcanzar realizaciones que benefician a la humanidad. El voto en sí no significa gran cosa si las mujeres no se deciden a pensar que es necesario interesarse por los grandes problemas mundiales.

Una señorita que se negó terminantemente a dar su nombre y permiso para ser fotografiada, se mostró absolutamente desinteresada en el voto. Era imposible que las mujeres pudieran arreglar lo hecho por el hombre.

No me interesa en absoluto el voto. Los hombres lo han hecho todo tan mal, que desespero que nosotras podamos llegar a enmendar todos los yerros cometidos por los políticos.

En el mismo sentido, Julia García coincidió en el diagnóstico de la anónima señorita. El desbarajuste social y político se debe exclusivamente a los hombres. Cuando se dieron cuenta de su obra, quieren que las mujeres se hagan cómplices…

Ni nos entusiasma ni nos seduce esa perspectiva. Por otra parte es un poco tarde. El sufragio femenino no puede mejorar un instrumento y un método político que sólo se sostiene por la fuerza. Convencida de que la mujer vale tanto como el hombre, pero no más, creo que la ayuda de la mujer para el sostenimiento del armazón de la sociedad presente, no producirá ningún milagro.

La actriz Delfina Jaufret aduce no estar interesada “para nada” en los derechos políticos de la mujer: el arte ocupa toda su vida, dice.

Dudo que la mujer pueda actuar con éxito en la política, al menos por ahora. A mí me basta con el arte al cual dedico toda mi actividad y mi entusiasmo. Después del arte, el hogar. En él tiene la mujer todavía un amplio campo de acción que quizás no ha sabido aprovechar, para ejercer sobre el hombre la influencia benéfica de sus sentimientos, más refinados, más puros…

Otra actriz, Mademoiselle Delia Col, desconfía de las capacidades de sus congéneres, aunque desea fervientemente el divorcio:

El voto no creo que pueda interesarle a la mujer. Tenemos demasiadas cosas de que ocuparnos y generalmente comprendemos demasiado poco todos esos problemas graves que sólo resuelve la política. Comprendo que los problemas de orden general puedan interesar a la mujer, pero no considero que el voto le sea indispensable. Sin embargo el divorcio es una necesidad imperiosa aquí y en todas partes donde la mujer se respete a sí misma. Tenemos perfecto derecho a nuestra felicidad y no sería humano que un viejo prejuicio, como el del matrimonio indisoluble, nos privara a las mujeres rehacer nuestra vida, otorgando la libertad en justa reciprocidad, al causante de nuestra desdicha.

Las opiniones son muchísimas, y no podía faltar la de una mujer de familias patricias. La señora Carola F. de Barreto es descripta por el Santa Fe como sostenedora de un hogar tradicional, de viejos patriotas.

En mi evangelio, que predico sin cesar, tengo esta fórmula, que constituye un centro de gravedad: la mujer para el hogar y el hombre para el comité. Leo mucho, señor, y se me ha quedado gravada la figura retórica de un conferencista español, cuyo nombre no recuerdo en este momento, que es todo un principio de moralidad social, en la que proclamaba la virtud de la mujer dentro de su casa. Yo poseo las joyas, mis hijitos a que hacia referencia dicho conferencista, que son demasiado pesadas para lucirlas en las asambleas políticas. Por otra parte, por razones de orden fisiológico, la igualdad de la mujer con el hombre, no es otra cosa que una simple ingenuidad de los feministas. Imagínese señor, que en determinada circunstancia nos tome una lluvia por cumplir con nuestros deberes cívicos…?

Lamentablemente, el cronista no reparó en preguntar a la señora Barreto acerca de los alcances de los resfríos en la Santa Fe de 1932. De todos modos, debe tomarse nota de que no todas las mujeres estaban incapacitadas para votar, según la patricia:

Con todo, convengo en que se dicte una ley, con el voto calificado otorgado exclusivamente para las solteronas que pasen de los cuarenta y cinco años. El hogar es un santuario, señor, que la mujer no debe abandonar jamás. Lamento que el Congreso de nuestro país se ocupe de cosas que no tienen la importancia de los problemas más trascendentales, a cuyo estudio debiera abocarse de inmediato para salvarnos de la ruina y del hambre. En cuanto al divorcio, no puedo menos que expresarle el desagrado que ese proyecto inspira a todas las personas, que como yo han sabido mantener la felicidad y el equilibrio en el hogar. No necesita la mujer el divorcio. No debe aceptarlo.

Con las galerías de la Cámara de Diputados de la Nación repletas de mujeres, ese 1932, se aprobó el sufragio universal y obligatorio para ellas. El Senado de la Nación dejó dormir el proyecto en la Comisión de Asuntos Constitucionales y, se sabe, pasarían 15 años más para que se viera consagrado el derecho. En cuanto al divorcio, siguió el mismo camino que el anterior: aprobado en diputados, se quedó en senadores y sobre finales del segundo gobierno peronista, tuvo una breve vigencia, para cerrar esta larga historia recién en 1987.

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